IE México

20 dic 2006

Reflexiones de Manuel Bermejo


Hola, soy Manuel Bermejo, y en esta ocasión quisiera reflexionar públicamente sobre lo que está ocurriendo en un país de una extraordinaria cercanía e importancia en muchos ámbitos para España como es México. No pretendo hacer una revisión histórica ni económica exhaustiva pero sí me gustaría aportar algunos datos que sostienen mi afirmación anterior y expliquen la relación entre ambos países.

Poco podía imaginar el extremeño Hernán Cortés, cuando el 10 de febrero de 1519 abandonaba las costas de Cuba rumbo a México, cuál iba a ser la magnitud de las relaciones que se iban a establecer entre ambas naciones. Relaciones que se inician de forma bilateral formalmente el 28 de diciembre de 1836 para posteriormente romperse en los años del franquismo, puesto que México siguió Reconociendo al Gobierno de la República en el exilio, y se restablecen el 28 de marzo de 1977. Desde entonces, se han creado varias comisiones bilaterales y de cooperación entre ambos países.

En el terreno económico, las relaciones han sido todavía más intensas, especialmente en los últimos años. El comercio total bilateral entre ambos países supone en números redondos unos cinco mil millones de dólares; existen en México más de dos mil sociedades con participación española en su capital; entre enero del 99 y junio de 2005, las empresas con capital español realizaron inversiones cercanas a los 14.000 millones de dólares. España es el país de la Unión Europea con mayor inversión en México, acumulando casi la mitad del total de la inversión de la UE; no sólo las grandes multinacionales españolas están presentes en México sino también toda una miríada de pequeñas y medianas industrias; cada año salen más jóvenes mexicanos a estudiar en universidades y escuelas de negocios españolas.

Con todo esto, llama la atención que, a mi juicio, no estemos prestando toda la atención que merece la situación que se vive en México desde las pasadas elecciones del 2 de julio. También ese día se celebraron elecciones al Real Madrid, también ganó por escaso margen un Calderón y también se ha generado una agria polémica desde entonces. Comparen lo dedicado a uno y otro proceso y que me disculpen los madridistas, muchos de ellos mexicanos, por cierto. México es una democracia joven pero bien vitalista. Con la presidencia de Vicente Fox, del PAN, está finalizando el primer sexenio tras décadas de gobiernos priístas. Con un país profundamente dividido en las pasadas elecciones se alzó con el triunfo Felipe Calderón, también panista, por sólo 244.000 votos. El candidato derrotado, Andrés Manuel López Obrador (más conocido por su nombre de guerra, nunca mejor dicho, AMLO), del izquierdista PRD, decidió no reconocer el resultado y denunció un fraude que comenzó a deliberarse en el correspondiente órgano, el Tribunal Federal Electoral (Trife). Hace un tiempo, el Trife confirmó el resultado y proclamó ganador a Calderón. López Obrador también negó el fallo y decidió crear un gobierno, a su juicio, legítimo. Para forzar la situación, AMLO organizó un plantón consistente en tomar el Paseo Reforma y el Zócalo, donde instaló una serie de carpas, impidió al presidente Fox leer en el Parlamento el equivalente al discurso del Estado de la Nación, y tampoco el presidente pudo acudir al Zócalo a dar el tradicional grito que acompaña la celebración del 15 de septiembre. Dando un paso más en su estrategia de confrontación, el pasado 20 de noviembre, coincidiendo con el aniversario de la revolución, se autoproclamó presidente. Para que todos los españoles lo entiendan, esto es equivalente a que el líder del partido derrotado en las elecciones generales decidiese no reconocer el resultado y, como medida de protesta, se hubiese cortado la Castellana desde plaza Castilla hasta Neptuno, impidiese las tradicionales Sesiones parlamentarias en las que tuviese que intervenir el presidente del Gobierno, y se autonombrase Presidente coincidiendo con el día del Pilar... y que no pasase nada. Insólito, ¿no?

En España debemos ver a México con una mayor atención, con una visión estratégica. España se juega mucho en América Latina, tiene una importante influencia sociopolítico-económica en la región y debe favorecer el debate y la toma de opinión de los asuntos relevantes que nos llegan del otro lado del Atlántico.

Muchos de nuestros líderes políticos han perdido elecciones por escaso margen, pero desde una oposición democrática y sin desestabilizar el país han ganado finalmente las elecciones, y ése debería ser el papel de López Obrador para intentar poner en la práctica sus fuertes convicciones, si es que acaba obteniendo el favor de la mayoría de ciudadanos en próximos comicios. Cuestión que empieza a estar en dudas y, prueba de ello, es, a juicio de muchos analistas, la derrota del candidato perredista a gobernador de Tabasco, de la cual es AMLO, y al que prestó todo su apoyo. Pero más ardua aún es la tarea para el electo presidente
Calderón: tiene que crear las necesarias condiciones para hacer un país seguro para la inversión, que negocie con los partidos de la oposición para desarrollar las numerosas reformas que el país necesita y que han quedado pendientes en este sexenio y, fundamentalmente, que ponga en marcha un plan efectivo que trate de reducir los niveles de desigualdad existentes en el país azteca. Si Calderón, al igual que otros líderes de tinte liberal- conservador en la región, no considera prioritaria en su agenda la corrección en las profundas desigualdades sociales, no sólo fracasará como gobernante en su sexenio sino que estará creando el caldo de cultivo para la aparición de populismos radicales que no hacen sino crear peligrosos desequilibrios en una región donde España se juega mucho.